domingo, 20 de abril de 2014

Semana Santa

Sin duda esta ha sido la semana santa más movidita que he tenido en toda mi vida. Antes de comenzarla, el jueves, fuimos sorprendidos en Managua con un fuerte temblor que tuvo diferentes réplicas hasta el día siguiente. Repitiéndose así durante la semana otros temblores también fuertes con sus respectivas réplicas. Todo el mundo ha estado más que asustado en estos días, y no es para menos. Espero informaros dentro de poco nuevamente con más precisión, ya de forma definitiva.


Por suerte el sábado traté de hacer lo que tenía previsto para esta Semana Santa, tratando de dar la mayor normalidad me fui a la Garnacha. Un entorno natural del municipio de San Nicolás del departamento de Estelí, en el centro del país. Allí tuvimos la oportunidad de disfrutar de unos días de retiro un pequeño grupo vocacional de jóvenes que tienen relación con los jesuitas no solo de Nicaragua, sino también de Guatemala, El Salvador y Costa Rica. Pudimos profundizar en el conocimiento de nosotros mismos y de Dios gracias a la ayuda de Josué, un joven y experimentado jesuita que nos orientó en la primera semana de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola. Por lo que podéis imaginar fueron unos días bien aprovechados interiormente, además de tener tiempo para la convivencia.


De este modo estuvimos hasta el miércoles, cuando nos separamos para ir a apoyar en esos días a algunas de las comunidades de San Nicolás. Tuve la oportunidad de ir a San Marcos, una de las comunidades campesinas más pequeñas pero también de las más pobres. Donde el acceso para llegar en carro (coche) es prácticamente impracticable, por lo que lo mejor es llegar andando o a caballo. Para llegar allí tuvimos que bajar por las cenizas de un incendio que había acontecido en esos días. Algo verdaderamente triste.



San Marcos está compuesta de 22 casas en las cuales viven en su mayoría familias numerosas, por no decir numerosísimas en su mayoría. Viven principalmente del cultivo del frijol y el millón, y en parte también de la madera. Las visitas a cada una de las casas, las celebraciones y sobre todo el compartir de esos días me hicieron conocer más de cerca su realidad. Por un lado las cruces presentes como el machismo, la desnutrición, que un niño no vaya a la escuela o que un adolescente no siga estudiando la secundaria… son en gran parte la falta de oportunidades a las que se ven abocados. Pero por otro lado a compartir su sencillez, su cercanía y sobre todo su espontaneidad. Las cuales estaban siempre por encima de cualquier mínimo detalle que se quisiera preparar en la liturgia de las celebraciones de la Semana Santa. Era como la vida misma, su vida celebrada. Trascendiendo y trasladándose de las puertas de la ermita a los caminos, casas y el patio de la escuelita de primaria.


Botas de hule, chinelas (chanclas) y pies descalzos… Cerrando los ojos puedo seguir sintiendo los gritos de los niños y niñas que irrumpían en el patio de tierra y piedras la tranquilidad de la comunidad, a través de los juegos y dinámicas prometidos. Por un momento me sentí como un niño intercambiando sus juegos con los míos y rebautizándolos también. El “Tú la llevas” ya no se llamará así en San Marcos, sino “Usted la anda”. Y así un sin fin de momentos en los cuales pudimos compartir como cuando me llevaron a un lugar que para ellos es casi secreto en medio del bosque para comer carao, una especie de semilla que tiene un sabor dulce. Creo que fueron ellos los que me sirvieron, en parte, de puerta de entrada para cada una de las familias.


También me sorprendió el trabajo de Andrea, no solo el que desempeña en su casa, sino como delegada y líder de la comunidad. Además de su preocupación lo que me impactó es que aprendiera a leer ella sola con la motivación de poder leer la Biblia. Ahora no deja de animar a su comunidad en todo lo que necesita.


Al despedirme de la comunidad les daba las gracias por su acogida y por tanto recibido en esos días. Siento que he recibido más de lo que he podido dar, gracias a este intercambio misterioso también lleno de contrastes como podéis imaginar. Siento que la esperanza ya no es lo último que se pierde sino la acogida, puesto que si hay acogida todavía se puede albergar la posibilidad de recuperar no solo la esperanza sino también el amor y la fe perdida. Me animaba y les animaba a no dejar que la apatía se apoderará de ellos, a no ser una comunidad muerta en vida, sino resucitada y resucitadora que no deja de estar en camino. Un camino que se concreta en la lucha por una vida digna concretada especialmente en quienes más lo necesitan.



Siento que toda esta experiencia ha cambiado algo en mí, especialmente por lo vivido en toda esta semana, más llegado a este domingo especial. No sé a ciencia cierta que es pero miro diferente… Bueno sí, creo que sí que sé que es, estando muy dentro de mí y que me provoca una alegría nueva. Solo espero seguir descubriéndolo en el regazo, que es regalo, de cada día.