Sin
duda esta ha sido la semana santa más movidita que he tenido en toda mi vida.
Antes de comenzarla, el jueves, fuimos sorprendidos en Managua con un fuerte
temblor que tuvo diferentes réplicas hasta el día siguiente. Repitiéndose así
durante la semana otros temblores también fuertes con sus respectivas réplicas.
Todo el mundo ha estado más que asustado en estos días, y no es para menos. Espero informaros dentro de poco nuevamente con más precisión, ya de forma definitiva.
Por
suerte el sábado traté de hacer lo que tenía previsto para esta Semana Santa,
tratando de dar la mayor normalidad me fui a la Garnacha. Un entorno natural
del municipio de San Nicolás del departamento de Estelí, en el centro del país.
Allí tuvimos la oportunidad de disfrutar de unos días de retiro un pequeño grupo vocacional de
jóvenes que tienen relación con los jesuitas no solo de Nicaragua, sino también de Guatemala, El
Salvador y Costa Rica. Pudimos profundizar en el conocimiento de nosotros
mismos y de Dios gracias a la ayuda de Josué, un joven y experimentado jesuita que nos orientó
en la primera semana de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola. Por lo que
podéis imaginar fueron unos días bien aprovechados interiormente, además de tener tiempo
para la convivencia.
De
este modo estuvimos hasta el miércoles, cuando nos separamos para ir a apoyar
en esos días a algunas de las comunidades de San Nicolás. Tuve la oportunidad
de ir a San Marcos, una de las comunidades campesinas más pequeñas pero también
de las más pobres. Donde el acceso para llegar en carro (coche) es
prácticamente impracticable, por lo que lo mejor es llegar andando o a caballo.
Para llegar allí tuvimos que bajar por las cenizas de un incendio que había
acontecido en esos días. Algo verdaderamente triste.
San
Marcos está compuesta de 22 casas en las cuales viven en su mayoría familias
numerosas, por no decir numerosísimas en su mayoría. Viven principalmente del
cultivo del frijol y el millón, y en parte también de la madera. Las visitas a
cada una de las casas, las celebraciones y sobre todo el compartir de esos días
me hicieron conocer más de cerca su realidad. Por un lado las cruces presentes
como el machismo, la desnutrición, que un niño no vaya a la escuela o que un
adolescente no siga estudiando la secundaria… son en gran parte la falta de
oportunidades a las que se ven abocados. Pero por otro lado a compartir su
sencillez, su cercanía y sobre todo su espontaneidad. Las cuales estaban siempre
por encima de cualquier mínimo detalle que se quisiera preparar en la liturgia
de las celebraciones de la Semana Santa. Era como la vida misma, su vida
celebrada. Trascendiendo y trasladándose de las puertas de la ermita a los
caminos, casas y el patio de la escuelita de primaria.
Botas
de hule, chinelas (chanclas) y pies descalzos… Cerrando los ojos puedo seguir
sintiendo los gritos de los niños y niñas que irrumpían en el patio de tierra y
piedras la tranquilidad de la comunidad, a través de los juegos y dinámicas
prometidos. Por un momento me sentí como un niño intercambiando sus juegos con
los míos y rebautizándolos también. El “Tú la llevas” ya no se llamará así en
San Marcos, sino “Usted la anda”. Y así un sin fin de momentos en los cuales pudimos
compartir como cuando me llevaron a un lugar que para ellos es casi secreto en
medio del bosque para comer carao, una especie de semilla que tiene un sabor
dulce. Creo que fueron ellos los que me sirvieron, en parte, de puerta de
entrada para cada una de las familias.
También
me sorprendió el trabajo de Andrea, no solo el que desempeña en su casa, sino
como delegada y líder de la comunidad. Además de su preocupación lo que me
impactó es que aprendiera a leer ella sola con la motivación de poder leer la
Biblia. Ahora no deja de animar a su comunidad en todo lo que necesita.
Al
despedirme de la comunidad les daba las gracias por su acogida y por tanto
recibido en esos días. Siento que he recibido más de lo que he podido dar,
gracias a este intercambio misterioso también lleno de contrastes como podéis
imaginar. Siento que la esperanza ya no es lo último que se pierde sino la
acogida, puesto que si hay acogida todavía se puede albergar la posibilidad de
recuperar no solo la esperanza sino también el amor y la fe perdida. Me animaba
y les animaba a no dejar que la apatía se apoderará de ellos, a no ser una
comunidad muerta en vida, sino resucitada y resucitadora que no deja de estar
en camino. Un camino que se concreta en la lucha por una vida digna concretada
especialmente en quienes más lo necesitan.
Siento
que toda esta experiencia ha cambiado algo en mí, especialmente por lo vivido
en toda esta semana, más llegado a este domingo especial. No sé a ciencia
cierta que es pero miro diferente… Bueno sí, creo que sí que sé que es, estando
muy dentro de mí y que me provoca una alegría nueva. Solo espero seguir
descubriéndolo en el regazo, que es regalo, de cada día.