Las
hay pequeñas y grandes, pesadas y livianas, de madera y hasta de oro… ¿Quién no
ha visto nunca una cruz? Un símbolo que, en principio, no debería de dejarnos
de recordar la muerte detrás de tantas situaciones de violencia y sufrimiento. ¿Qué
puede llegar a significar la cruz? Todo un Dios condenado y crucificado. Qué
difícil es acercarnos a este misterio cuando vemos que sirve para adornar las
más lujosas Iglesias o en el pecho musculoso de un futbolista llamado Cristiano
Ronaldo. Siento que Dios no necesita más recordatorios públicos de una religión
triunfante, ya tiene las nuestras; lo que ha querido desde siempre es que
seamos compasivos, como él lo es. Él está presente, en primer lugar, en el
dolor y sufrimiento de cada persona, de los que más sufren. Cuando uno siente
cerca y acompaña el dolor de otras personas, tiene la posibilidad de sentir
“con”. Así la pobreza duele, más cuando
se conoce de cerca, con nombres y apellidos: de tus amigos/as, vecinos/as, de
las mujeres y niños/as y adolescentes de Samaritanas… Ante tantas situaciones
desesperanzadoras uno no puede dejar de preguntarse, de cuestionarse e incluso
de revelarse… y no entender nada.
Y
es que Dios no deja de hacerse presente en la hondura de la realidad de cada
día, pequeño y a veces insignificante. Es así como quiere seguir encarnándose
en los hombres y mujeres, también de hoy, en sus alegrías y sus penas. Identificarse
con nosotros/as en nuestra vida llena de alegría y buenas noticias, pero
también de dolor, tristeza e injusticias.
Cuando
se vulnera la dignidad humana de cualquier persona, hasta lo más profundo del
más pobre, ¿no estamos crucificando a ese mismo Dios que murió hace dos mil
años? Quizá no hayamos dejado de crucificarlo desde entonces. También los
cristianos cuando somos indiferentes al dolor ajeno, no sintiendo compasión,
como Jesús, por los que más sufren. Aliándonos con un sistema que no dejará de
oprimir al que menos tiene, culpabilizarlo y privándolo de oportunidades.
Me
pregunto con vosotros/as ¿no es el mismo Jesús el que acompaña todo este
sufrimiento y da la vida hasta el extremo por cada uno/a, especialmente de los/as
más débiles? Habiendo sufrido él la cruz, siento que padece con cada uno/a, nos
apoya y nos lleva en sus brazos en nuestros momentos de dolor compartido. Esta
la única esperanza que puedo tener ante tanto ante tanta violencia y
desesperanza. Como leía hace poco en una ilustración: Cuando veo con esperanza, veo más allá; cuando veo con amor, veo más
profundo; cuando veo con fe, veo todo nuevo.
A
colación, el viernes anterior, en el taller con un grupo de mujeres que
participan en el Proyecto, profundizamos sobre el conocimiento de la Ley 779.
Ley que quiere prevenir y condenar la violencia de género, en todas sus formas,
contra las mujeres y niños/as en Nicaragua. En el diálogo se compartieron
algunas de esas cruces, las cuales son llaves para la esperanza y la
resurrección. Aquí las comparto con ustedes, como la imagen que tenemos en
Samaritanas:
Para mí el mayor
maltrato que he sufrido fue que el que era padre de mis hijos me sacará desnuda
a la calle. Me he dado cuenta que podemos defendernos y denunciar la violencia,
tenemos dignidad.
Cuando era chiquita
sufrí violencia, dentro y fuera me pegaban. Por lo que ahora debemos protegernos
y proteger a nuestros hijos contra toda violencia, dentro y fuera.
Yo sufrí estar
sometida a la voluntad del que era mi marido, él era mayor que yo. Me criaron
haciéndome pensar que tenía que ser así. Mi voz no valía, no tenía derecho a
nada. Para mí lo normal era no tener derechos. Me sirvió mucho llegar a
Samaritanas para darme cuenta que mi persona valía. He aprendido a defenderme.
Para cerrar el taller se les invitó a ponerse de
pie en círculo, agarrarse por los hombros y mirándose unas a otras los rostros,
a sus ojos… Se oyó un susurro: Ustedes no
está solas. Tienen derechos. Derecho a una vida digna sin violencia. Como
un grito salió al mundo desde la salita de talleres de Samaritanas.
Después de todo este
tiempo… espero que cuando vea una cruz siga sintiendo tu presencia cercana,
también en los momentos difíciles. Quizás ver las cruces de otros y otras nos
ayude a darnos cuenta que estás justo ahí, con ellos. Quizás todo ello nos
lleve a darnos cuenta de cuánto nos amas Jesús; especialmente a los
empobrecidos de este mundo, el tuyo. Porque
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo.
Jn. 3, 17.