Al
despertar al día siguiente en nuestras hamacas, descubrí encima de mi plástico
(por si llovía) una araña considerable. Para entonces, Juan Aguilar, bautizado
como “Botas blancas”, por el color de sus botas de hule, acababa de terminar de
preparar el desayuno. Así que nos cuerpos siguieron reponiendo energías con el
sabroso plato que nos preparó, como cada una de sus cocinas. Energías
necesarias para afrontar los kilómetros que nos esperaban. A partir de este día
nos iba a tocar remar más cada jornada.
Río
abajo podíamos entretenernos disfrutando de ver cómo cruzaban de un lado a otro
del río los tucanes y un sinfín de aves como el gavilán; las iguanas y algún camaleón tomando el sol en las ramas
de los árboles. Sin contar cómo pasaban de unas ramas a otras los monos araña y
congo, dando unos aullidos espantosos. Mientras tanto esperábamos ansiosos
poder ver algún cocodrilo o caimán.
Mientras
tanto aprovechamos a cobijarnos del sol en otros de los afluentes del río, allí
pudimos limpiar los peces que había pescado Manuel de buena mañana. De este
modo casi teníamos la comida de ese día, más lo que llevábamos.
Continuamos
remando y para refrescarnos pudimos tomar algún que otro coco helado, así como
alguna piña, algo que se agradecía enormemente. Un rato después los dos
hermanos Aguilar se pusieron a llamar a los caimanes hasta que apareció uno que
consiguieron atrapar muy ágilmente. En tan solo dos días, cada vez nos quedaban
menos especies que encontrarnos, de la gran variedad que hay.
Disfrutando
de la flora y la fauna que se iba abriendo a nuestro paso, íbamos acercándonos
al atardecer, siendo las horas que más me gustaban del día por la luz tenue que
daba al río y la selva. Llegando esa tarde al ensanche de Boca San Carlos,
donde confluyen en el río dos afluentes, uno de Nicaragua y otro de Costa Rica.
Por lo que el cauce del río de duplicó al llegar a este punto, pasando de unos
250m aproximadamente a los 500-600m. Algo impresionante para mí,
descubriéndonos ahí en medio, rodeados además de los árboles de las riberas que
podían medir más de 50m. Estar ahí te hace sentirme sumamente pequeño.
Al
caer la noche nos refugiamos en otra de las islas del río, la del Reloj;
pudiendo haber remado un poco con las estrellas como testigos de nuestra
aventura. Ya en dicha isla con un poco de fango pudimos iluminarnos con el
fuego de cada noche, el cual se aprovechaba para cocinar. Acompañados siempre
por alguna Toña (cerveza nicaragüense por excelencia), pudiendo seguir
compartiendo entre bromas lo que había sido nuestra jornada.
III ETAPA: Isla El
Reloj – La Tigra (Costa Rica) (40km)
Al
amanecer continuamos río abajo, siendo en este día cuando por fin pudimos ver
algunos cocodrilos aunque fuera de lejos. No dejándonos por ello de
impresionar, alguno de los que vimos medía hasta 4 metros. Los cocodrilos son
el principal peligro de este río ya que están a lo largo de todo el río, y
cuando más se ven son en los meses de verano tropical porque hay más bancos de
arena. Todos los años siempre hay alguien que muere por descuido por el ataque
de alguno de ellos.
En
este día pudimos seguir disfrutando de todo lo mencionado y de nuestra
compañía. Además de tratar de pescar sin tener suerte esta vez. Remo a remo
fuimos pasando las horas buscando las sombras de los árboles de las riberas,
aunque desgraciadamente habiendo sido deforestado el lado de Costa Rica por una
carretera que construyeron. Por lo que cruzándonos de un lado al otro del río,
no dejamos de contarnos chiles (chistes) y adivinanzas que no cesaron de
entretenernos y hacernos pensar. O platicar (hablar) con Manuel sobre su
accidente dando gracias por estar nuevamente disfrutando de su paraíso, como él
decía. Así hasta llegar hasta el punto en el que estaba planeado que pasáramos
noche: La Tigra, en territorio Tico. Así hasta al día siguiente, donde nos
llovió nuevamente de noche.
Ya
por último, habiendo recorrido 100km del río, nos quedaba arribar a la meta de
nuestro sueño, teniendo que vencer el duro sol que hizo ese día y el cansancio
que iba haciendo mella paulatinamente. Fue posiblemente el día que más nos
dejamos llevar por la corriente. Así hasta ir acercándonos cada vez más al
delta del río, con su posterior laguna y manglar. Siendo éstas nuevas
panorámicas que nos ofrecía el río. Pudiendo llegar finalmente hasta San Juan
del Norte, o también llamada de Nicaragua. Donde llegamos, como no, al
atardecer con el asombro de algunos de los lugareños por la hazaña conseguida.
Esta
experiencia ha sido una pasada, creo que ha sido el mejor viaje que he hecho
hasta ahora. El cual nos ha permitido al mismo tiempo desconectar y conocer
otra realidad bien diferente a lo que conocíamos de Nicaragua, especialmente de
Managua. Ha sido un contacto pleno con la naturaleza. Todo un regalo en el que
cada noche no dejo de soñar con él. Ahora cuando me preguntan, no dejo de
recordar este río tan lleno de vida y me viene tan solo un adjetivo: ¡Salvaje!
Y no dejo de cuestionarme tampoco internamente si he estado en el paraíso.
Gracias por compartir esta experiencia!
ResponderEliminarGracias a ti, Carmen, por hacerte partícipe de ella. Un beso, pablo
EliminarDespués de ver estas imágenes que has compartido y este ¡salvaje rio! no dejo yo también de pensar ¿cuándo me lo voy a hacer yo? ¡je,je!. Seria fenomenal poder compartirlo contigo y que me acompañaras en ese descubrimiento del paraiso...
ResponderEliminarPilaaaarr!!! Vamos que nos vamos!!!
Eliminar