Cruzar el charco, más de
8.000km de distancia, para dar la mayor sorpresa que he dado en mi vida no
tiene precio. Como tampoco al ver la cara de mi familia cuando me vio a
aparecer por la puerta de casa volviendo por Navidad, aunque sea por dos
semanas, sin tener la remota idea que iba a llegar... No tiene precio. Como
tampoco el poder reencontrarme con algunos amigos y compartir la vida de todos
estos meses; recibir la llamada, entre otras... de unos amigos que son padres
primerizos desde hace poco tiempo; así como pasar una mañana en ACOMAR (una
asociación que atiende a personas “sin techo”, yo digo “sin hogar”), desde una
clara opción por y con los pobres en Alicante… Tampoco tiene precio. Son de
esos momentos, mejor dicho, de esos encuentros que te llenan de vida porque es
en ellos en los que se comparte la vida y se multiplica.
Precisamente es desde la
misma clave que he aprendido y practico en Nicaragua, la de dejarme llevar y
sorprender por lo que acontece, valorando lo pequeño e procurándome dejar
atrapar por el amor que encierra cada detalle de la vida de cada día.
Estos días, como este
adviento, están siendo un verdadero regalo, disfrutándolos con la familia, con
algunos amigos/as y con encuentros inesperados de los que uno intuye que son
semilla del Reino, porque contribuyen desde lo insignificante a construir una
humanidad nueva, mejor, más humana. Descubrir la VIDA en la vida, despertarse y
acoger el misterio que encierra en sí misma: Jesús mismo que no deja de nacer
en el pesebre de nuestro corazón, en lo que muchas veces nos apena, avergüenza y
nos parece de que no tiene valor. Por cierto, con este deseo… ¡FELIZ NAVIDAD!
Ahora sí, que no os lo había dicho hasta ahorita.
Comparto a modo de
regalo esta oración que escuche el otro día, siendo de esas palabras en las que
me siento muy identificado en lo que han sido diferentes momentos y situaciones
vividas, y en ocasiones compartidas, en estas últimas semanas.
Me alegro
por quien sale del lodo y recobra la esperanza.
Por el
hombre que aprende a amar
escribiendo
una historia llena de cotidianeidad
y algún que
otro instante mágico.
Por ti, que
das a Dios una oportunidad,
y por ella
que no se deja vencer ante lo injusto.
Me alegro
por aquel que planta cara al miedo;
por ese otro
que perdona y sigue adelante.
Por mí,
porque amo, y río, y lloro, y creo, y dudo… y estoy vivo.
Y porque
nunca estamos solos, me alegro contigo, Dios con nosotros.
En estos momentos si cuando
abro mi corazón se me llena de alegría al contar y encontrar una pasión:
Nicaragua y todo lo vivido en este año, no exento de dificultades, no deja de
ser un regalo al igual que todo el tiempo que tengo por delante… La vida misma
es un regalo.
Como regalo también ha sido
la oportunidad de poder estar pasando la Navidad con mi familia. Aún así no me
olvido de mi otra familia, la que he dejado por estas semanas en Nicaragua. Así
como tampoco de cuántos jóvenes españoles que ha causa de la crisis han tenido
que migrar y no han podido venir a sus casas por Navidad. ¡Cuánto más los
migrantes de otras nacionalidades que también por falta de recursos, o
simplemente por no contar con una visa llevan años sin poder abrazarse, reír y
llorar con su familia!
Por último, os invito a
ver este video realizado por mi amigo Mario, que lleva igual que yo casi un año
en Santiago de Chile. A través del mismo ofrece algunas claves de su experiencia
que no tienen desperdicio, entre las cuales me siento muy identificado, al
igual que en tantas cosas que compartimos en nuestra amistad. Espero que os
guste y me ayude un poquito más a seguir compartiendo contigo (con vos, para
mis amigos/as nicas que también leen estas líneas jajaja). Quien os quiere. ¡Feliz
Navidad y próspero año nuevo!