El
pasado jueves tuve un pequeño accidente que hizo que se me rompiera (o fregara,
como se dice por aquí) la pantalla de mi ordenador. El cual me servía para
conectarme a Internet, viendo así el correo y poder realizar el blog que nos
une.
Fue
cuando me disponía a aprovechar a escribir algunos correos, como ver otros
pendientes, que tengo desde hace mucho tiempo. Para conectarme a Internet
aprovecho la red wifi de las oficinas de los proyectos, que están cerca de
casa. Justo al lado de ellas hay una mesa de piedra debajo de un árbol de mango
(palo de mango). Donde siempre me he puesto para conectarme cuando puedo.
No
es extraordinario ver mangos por todas partes, de hecho posiblemente sea el
árbol frutal más extendido, tanto que no es extraño poder comerte un mango que
encuentres o que haya caído recientemente. Caen cuando ya están lo bastante
maduros en el árbol y cuando lo hacen es importante que no te pille debajo
porque puede ser muy doloroso. Ya que un mango suele ser algo más grande que
una pelota de tenis, pesando unas 5 veces más por lo menos. Cuando caen encima
de los techos de las casas, todos de chapa de Zinc, hacen un ruido como si de
una piedra se tratara. Cuando esto pasa, por ejemplo en el edificio de
“Samaritanas”, con mis compañeras digo de broma la palabra: “¡mangazo!”.
Por
lo que el jueves, cuando no llevaba ni 5 minutos, el mangazo me cayó a mí,
mejor dicho al ordenador, golpeando la pantalla y después a mí de rebote.
Cuando oí el ruido del mango caer no me dio tiempo a apartarme, por lo que fue
inevitable el susto, comprobando lo que había pasado. Al principio me fastidió
(por no decir otra palabra), aunque no sabía muy bien como sentirme. No sabía
si llorar o reír. Recogiendo el ordenador, volví a la casa contando a Vanesa y
Jenny lo que me había sucedido. Sentado en la mesa, con cara de tonto, pensaba
cuántas cosas hay más importantes que mi ordenador. Cuántos nicas no pueden
disponer de un ordenador personal. Al igual Jenny me recordaba cuantas
situaciones no tienen solución, como el fallecimiento de una madre de unos
destinatarios de su proyecto, dejando 5 hijos huérfanos.
Todo
ello me ayudo más aún a relativizar lo que me había sucedido. Fue entonces
cuando me levanté y volví al lugar del “mangazo”, buscándolo para volver riéndome.
Más tarde me lo comí tan ricamente. Ciertamente este mango me supo tan
diferente a otros que me he comido, siendo al mismo tiempo el más caro; lo
disfruté especialmente. Comprobando otra lección, lo importante que es aprender
a reírse de las cosas que a uno le pasan. ¡Bienaventurados los que se ríen de
sí mismos!
"es como bajar mangos donde no regañan"Refrán salvadoreño
ResponderEliminarMangazo!!!. Hola Pablo, me alegra esta anécdota simpática y paradójica como el mango que en vez de madurar cuando hay sequía, madura cuando empiezan las lluvias.
Que este deleitosos manjar carnoso, dulce y antioxidante, sea una premonición de tu homónimo Pablo camino de Damasco.
Que aumente nuestra fe.
Estas situaciones gracias a dios se puden superar sin mayor dificultad.
Un abrazo
Jose y Cristina.
Gracias Pablo, por compartir tus experiencias, me encanta leer lo que cuentas y como lo cuentas, tanto tú, como Mario y Pablo Ángel. De esta manera, a los que estamos en España nos acercáis un poquito a vuestra realidad. Un besazo enorme (espero el próximo )
ResponderEliminarJa, ja, es toda una lección esto del "mangazo": hay que saber adaptarse. ANIMOS. Gerardo
ResponderEliminarPablo, que sepas que esta historia del Mangazo me ha sido muy útil para los Buenos días y demás.
ResponderEliminarY conste que a nosotros, otro mangazo, nos rompió el parabrisas del coche, hace ya unso cuantos años.
Un abrazo,
Javier
Querido Pablo:
ResponderEliminarGracias por esta anécdota... sin ninguna duda tan real, cuantas veces se nos rompe el ordenador, el teléfono o el coche y parece que se acaba el mundo... Gracias por compartir tu moraleja... siempre una sonrisa y el pensar que hay cosas más importantes en la vida es fundamental.
un gran abrazo amigo...